Después de leer
los dos artículos sobre Mary Beard, me he acordado del nuevo presidente
norteamericano, Donald Trump, quien durante toda su campaña electoral ha
atacado sin pudor a su opositora demócrata Hillary Clinton , a la ex Miss Universo
Alicia Machado y en general a todas las mujeres.
La argumentación
de sus ataques ha girado siempre en torno a la misma imagen de la feminidad: las mujeres son objetos sexuales,
solo aceptables sin son atractivas y, por lo general, ávidas del dinero de los
hombres, por el que están dispuestas a todo. El estereotipo clásico que
considera que, en toda mujer, hay una prostituta y que parecía desterrado, al
menos, del debate público. Desafortunadamente, la realidad nos demuestra que
sigue muy presente. Eso daría respuesta a la primera pregunta, evidentemente los
insultos se referían a su aspecto físico.
En relación a la
segunda pregunta, cuando se insulta a alguien por ser “diferente” se le está discriminando. La discriminación
afecta a toda la sociedad: mujeres,
hombres, niños, niñas, personas mayores, personas con discapacidad, personas
inmigrantes y refugiadas, personas gitanas, personas que tienen una orientación
sexual diferente a la mayoritaria, etc.
Los estereotipos y prejuicios sexistas se
transmiten: en la manera de contar un cuento, si de forma permanente
describimos a mujeres débiles y bellas que necesitan ser salvadas y a hombres
que mediante la fuerza y la pelea consiguen sus propósitos; en chistes y frases
hechas que transmiten una idea negativa de las mujeres. Así es cuando se
transmite la idea de que a las mujeres les gusta “cotillear” o necesariamente
son malas las relaciones entre una nuera y una suegra o se las muestra excesivamente
protectoras; en canciones, textos publicitarios, etc. que se apoyan en ideas
sexistas y que ofrecen imágenes de mujeres irreales y poseedoras de una “belleza”
profundamente estereotipada o cuando se insulta a los niños o se les
desvaloriza con palabras que aluden a las mujeres. Por ejemplo cuando a un niño
se le dice: “eres una nenaza” o “no llores, que eso es cosa de niñas”.
Desde pequeños y pequeñas se nos ha
enseñado que las muñecas son solo para las niñas y los coches juguetes de
niños, que el rosa es un color de chica y el azul para los chicos, que los
niños no lloran y que las chicas siempre deben ser coquetas, que los niños
van a fútbol y judo y las niñas a baile y gimnasia rítmica… Vivimos en un mundo
lleno de estereotipos que condicionan nuestra vida incluso antes de que
tengamos uso de razón.
Estereotipos que se emplean
intencionadamente para naturalizar y normalizar un trato discriminatorio por
género y que influyen, avalan y fomentan a su vez que las personas crezcan y se
desarrollen en condiciones de inequidad.
En palabras de Lawrence Cohen (2001), si las mujeres no se
ajustan a ser exageradamente “lindas”, se les aplican apodos que tienden a
sugerir que no son damas: “perra”, “agresiva”, “mandona”, “marimacha”. En
cambio a los niños se les presiona para que tengan un sentido exagerado de la
competencia, la agresividad y de la fuerza; si no se apegan a este esquema
serán nombrados como “afeminados” o “maricas”.
En cuanto a la
última pregunta, los insultos afectan tanto a niños como a niñas, dejándoles secuelas como baja autoestima, dificultad para dormir, trastornos
alimenticios, depresión, angustia, estrés, desmotivación, pensamientos suicidas,
entre otros. Tendrán dificultad para relacionarse con las personas, verán
enemigos en todas partes, y limitaciones para establecer vínculos de amistad o
pareja. Por desgracia, el tema del acoso escolar o bullying es algo que está a
la orden del día y que nos hace estar alerta.
Una sociedad se desarrollará fuerte y sana si
desde la infancia se ha sabido inculcar en el niño, niña y adolescente valores
de respeto al prójimo, igualdad, y altos niveles de autoestima.